Lo sucedido en los últimos días en el país, da cuenta de qué tipo de oposición tan delirante acompaña el esfuerzo por una mejor sociedad y una mayor democracia para todos.
El primer asunto tiene que ver con la salud del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y su nuevo contagio de covid. Parece normal que todos nos enfermemos, al menos una vez al año, con algún resfriado, alguna indigestión o, incluso, con algún accidente intrascendente. Un hecho así, claro que se estima con mayor seriedad si recae en una gran personalidad, sobre todo si se tienen en cuenta que dicha personalidad lleva a cuestas importantes y serias responsabilidades. Por eso se le presta mayor atención a algo que, sin merecerlo, acontece según lo ya dicho.
Amlo, en una de sus giras incansables, comienza a evidenciar una sintomatología anormal y es atendido inmediatamente por los facultativos para ello. Se diagnóstica covid y, de inmediato, se echa a andar el protocolo médico correspondiente, como se hace en el caso de cualquier ciudadano de este país. Sin embargo, el hecho generó una verdadera hecatombe de falsas noticias y de falsos testimonios, asegurando que prácticamente estábamos sin presidente de la república. La verdad les falta mucho ingenio a los que odian, no que no quieren o no les gusta cierta manera de administrar el país hoy en día, pero que se mantuvieron callados ante las irracionalidades de 36 años de neoliberalismo, compartiendo sólo algunas miserables migajas, sino que odian, con odio enfermizo, patológico, al presidente, para presentar mejores discursos de momento, es decir, discurso con los que se enfrenta la cotidianeidad política de nuestro México. Desde infartos mortales hasta situaciones de parálisis que lo dejarían parapléjico, en el mejor de los casos, pasando por la muerte cerebral y apoplejías y por todo el catálogo de morbilidad de nuestra época. Y en esto, como orquesta dirigida por los sentimientos más negativos del ser humano, los medios se dieron vuelo; por doquier noticias y noticias falsas y, las redes sociales usadas por los inconformes, también sacaron a relucir sus mejores galas de mentiras catastróficas, fatídicas y deplorables pretendiendo con ello generar incertidumbre y caos e inestabilidad política y logrando sólo mayor repudio de la población que entendió, enteramente sus intenciones y sus nefandos deseos.
Pero lo que realmente los exhibe como lo que son, almas podridas, es que muchos de esos mensajes dirigidos, como ya sabemos, realmente pedían la muerte del presidente. Deseaban, ansiaban, suspiraban por que fuera verdad lo de un paro cardiaco o lo de cualquier situación mortal. Ahí se ve su verdadera catadura moral. A nuestra mal llamada oposición, porque no son sino una cofradía de mentecatos ambiciosos y petulantes, sin ningún sentido de la vida o de proyectos de vida con decoro para todos en una determinada sociedad, sólo los identifica el odio, los sentimientos más negativos.
Son almas podridas, como las almas muertas del escritor ruso Nikolai Gógol, que, en un sentido, representaban a una falsaria, ambiciosa, inculta, intolerante, inhumana y decrépita clase media que simulaba ser parte de lo mejor de la sociedad. Así, estos cenutrios opositores, odian hasta la muerte y rezan por la muerte de los oponentes, sobre todo políticos. ¿Qué propuestas políticas, es decir, para el bien de todos, pueden salir de la mente enferma de quien desea la muerte a un semejante? ¿qué nobleza de sentimientos se puede albergar en un alma de esa calaña? Por eso ahora están en donde deben y merecen estar, en la cloaca de la historia. Son almas muertas, almas podridas.
Y lo mismo aconteció con ¡finalmente! la venta del estorbo de Calderón y Peña Nieto, su famoso y cuestionable avión de súper lujo. Por doquier las críticas por la venta del avión que ejemplificaba muy bien la idea de gobernar de los neoliberales, bueno, aunque primero se criticaba que no se vendía y, en seguida, las rabietas por haberlo vendido. Luego porque se comercializó en un precio menor al de la compra, una idiotez sin comentario, pues todos sabemos que nada vale lo mismo después de más de diez años de uso y hasta se llegó a especular con aviesas y maquiavélicas componendas internacionales para, por fin, sacar el avión que tanto detesta el presidente de la república. Nunca se comentó que fue un derroche irracional su compra y que, mantenerlo, ni le daba más prestigio a nuestra sociedad y al presidente, ni significaba realmente una utilidad, antes bien un gasto permanente innecesario.
Como se ve, estas son las almas podridas opositoras. Almas muertas, pues.