Acto Celebrado en el IMCED, 30 septiembre de 2020
Rogelio Raya Morales
Un 30 de septiembre de 1765, el destino le daba a México un héroe sólo a la altura de la gran proeza que se le encomendaría realizar mucho tiempo después.
Nace, en paraje solitario y lúgubre, el hombre que más tarde daría luz, brillo y resonancia suficiente a toda una nación. Ese ser majestuoso y simbólico, que abrió sus ojos por primera vez en la Valladolid colonial era nada menos que don José Ma. Morelos y Pavón.
De niño, sólo sabemos que su educación se hizo de trabajo y estudio, de sueños y de vida y fueron tales que, la noche en que las campanas de dolores resonaron informando al mundo que una nueva nación, con libertad e igualdad como soportes, estaba emergiendo, el Gran Morelos, con humildad grandiosa, sintió que había llegado el momento de México, que era, al mismo tiempo, su gran momento.
El Joven cura de Carácuaro se incorporaría, sin ninguna condición como no fuera la de poner su gran huella al movimiento, iniciado ya, por una pléyade de héroes de gigantesca dimensión, a la lucha que rescataría a nuestro pueblo de una servidumbre que llevaba enquistada, malgastando hombres, mujeres y riquezas culturales y naturales, casi 300 años.
Para un hombre, cómo para un pueblo, perder su libertad, malvivir con la soberanía enajenada es la mayor tragedia. Y los habitantes de lo que un día fue la noble e ilustre nación que se amparaba bajo el sol del glorioso Anáhuac, soportaban la pérdida de su libertad y de su vida y esperaban, con la misma confianza con la que se espera el nuevo día, la llegada del héroe que habría de separarnos de los hombres que laceraban muestra patria, hombres no de la arcilla y bronce como los que forjaron la gran Tenochtitlán, sino hombres de avaricia, de codicia, con sed insaciable de riquezas, hombres que, en su cometido, dilapidaban sin la menor conmiseración la sangre y las vidas de los originarios mexicas. Por eso, se lanzó a la lucha. Y su temperamento y condición de hombre hecho para la lucha político-militar, conmovió al mundo entero. Ganó batallas increíbles, rompió, con ironía de genio, cercos que nunca lo podrían cercar, menos vencer. Sus campañas militares de Charo o Queréndaro, que fue donde dicen que de Hidalgo recibió la orden, hasta Chilpancingo y de aquí hasta Iguala, Cuautla, Acapulco y Oaxaca lo revelaron como un genio militar.
Se convirtió en el más grande pesar para los ejércitos realistas y para la realeza inquisitoria porque no sólo combatía con armas, estrategias y pertrechos militares, sino con una nueva y profunda moral: la de quién buscaba al ser humano en medio de la más cruel y horripilante de las realidades. Podríamos hacer el relato de su actuar militar y en todos los casos, no encontraríamos nube u opacidad alguna. De bravura y genio, nacidas de su fuerte convicción, estaba hecha su recia y firme personalidad.
Pero no sólo para las armas fue predestinado Morelos. Su gran misión, su grandioso legado está en la hermandad que promovía, en el mundo de hombres iguales y de naciones sin fronteras que avizoraba como destino final del ser humano. Sí, era un soñador, pero no estaba solo. Hoy hablamos y nos rendimos ante una de nuestras más altas grandezas. Fue Morelos, no sólo el continuador de la lucha por la independencia, el que siguiendo las órdenes de su maestro Hidalgo encendería la antorcha libertaria en el sur, sino el hombre a quien estaba reservado ofrecernos los más hermosos pensamientos que envolvieron esa gesta libertaria.
Dice Morelos en sus sentimientos de la nación, que no es rey, no es monarca, es simplemente un Ciervo de la Nación que anhela ver libre a su pueblo.
Pero Morelos no sólo cree que ha llegado el momento de romper las cadenas que nos impuso desde allende el mar, la España colonialista, los reyes de la cruz y de la espada, sino principalmente, que había llegado la hora de fincar nuestra nación bajo los principios del más sublime humanismo. Nos dijo, que la libertad es tal si hay igualdad. La libertad es real si cada hombre ve a su otredad como a sí mismo, la libertad es fuente de vida sólo si la practicamos en medio de la fraternidad y del amor entre los hombres. La libertad es origen de felicidad si entre nosotros no hay más el odio de las razas, el abuso entre iguales y los aborrecibles privilegios de la frivolidad infrahumana.
Que no haya diferencias sociales y que no exista siquiera la alusión a pobres y ricos porque todos merecemos ser tratados como hijos de una misma sociedad y porque todos somos hijos del sol y para todos éste sale, así fue como Morelos imaginaba el destino de los mexicanos.
Que la educación a todos alcance, para que a todos los hombres solo los separe el vicio y la virtud. Así pensaba este coloso del universo. La educación, desde entonces, era ya avistada como el sendero que nos llevaría y nos llevará a una nueva dimensión humana. Morelos, tu obra inconclusa, prosigue y algún día podremos decir que el homenaje a tu altura, está en hacer la patria libre y justa que tú pensaste, aún en medio de las cruentas batallas.
Sólo me resta decir que aquel altísimo héroe, de Valladolid, hoy Morelia, expresó: “Donde yo nací fue el jardín de la nueva España”. Murió en San Cristóbal Ecatepec, lejos de lo que fue su apreciado jardín, pero orgulloso de haber hecho por la patria lo que él debía y, antes de su fusilamiento, tranquilo dijo: “Morir es nada, cuando por la patria se debe, y yo he cumplido como debo con mi conciencia como americano”.
Morelos, Morelia y la nación mexicana, hoy rinden homenaje a tu grandeza que, de humildad, sabiduría y amor se constituye.