Rogelio Raya Morales
5 diciembre 2022
Durante los años de negocios fáciles basados en las cadenas de corrupción que atravesaron casi todos los campos de nuestra vida social, el deporte también se especializó en hacer jugosas operaciones mercantiles en detrimento de la naturaleza formativa y recreativa que alberga al deporte en sí mismo.
Creo que, al momento, no hay un deporte profesional que no contenga elementos de podredumbre en su manejo y en su ejercicio. Como todo lo que tocó el neoliberalismo, máximo exponente de la corrupción, sin que ello quiera decir que el capitalismo bajo el sello del keynesianismo o liberalismo simplemente, no esté también cargado de prácticas inmorales, el deporte que deja fabulosas ganancias merced al consumismo del que se ha hecho presa a toda la sociedad, se convirtió en un nicho de oportunidades por excelencia de la actividad económica, acicalada con la más cínica y obesa corrupción.
La sociedad capitalista ha impuesto un patrón de consumo que nos lleva cada día más hacia la hecatombe ambiental, consumismo del que no han escapado los deportes que, en teoría, deberían ser dispositivos sociales para el sano desarrollo físico y mental de los individuos, y que se convirtieron, por la maravilla de las comunicaciones, no sólo en una lucrativa actividad económica que no tiene parangón con otras actividades más riesgosas, sino que también se convirtieron en un instrumento de manipulación psicológica, ideológica y política de suma eficacia e importancia.
Hay deportes clasistas, racistas y exclusivos con los que también nos venden sueños de gloria totalmente ajenos a nuestra cultura. Hay deportes masivos y dirigidos a las amplias mayorías desfavorecidas, con mecanismos poderosos de enajenación que han resultado muy eficaces en el objetivo de manipular a la población. Y manipulan en dos sentidos. Uno, porque indigestan la conciencia de la gente con falsa propaganda acerca de las expectativas que asumen deportistas a los que no les interesa el deporte en sí, sino las millonarias cantidades irracionalmente dispuestas en sus botines para realizar el negocio y la manipulación, apartándonos de problemas sociales serios y de mayor trascendencia. En otro sentido, nos enajenan con la mediocridad. Nos venden mediocridad, como en casi en todo nuestro quehacer social, como una forma de negarnos la aspiración a lo más alto y sublime que puede generar el ser humano en estos tiempos.
El futbol y su entelequia, la famosa liga nacional en donde se juegan la vida o se enfrentan capitales, no el deporte, y la selección nacional pináculo de ilusiones enajenantes , vergonzantes pero que deja maravillosas ganancias enredadas no sólo en el aspecto deportivo en sí, sino en los turbios y monopolizadores manejos de quienes se dedican a ofrecer ilusiones y entregar amargas realidades, se ha convertido en un instrumento de disminución del ánimo nacional al obligarnos a entender que nuestros seleccionados nos representan y que es normal que nos dejen caer en el marasmo de la resaca que produce el reiterado, habitual, redundante y casi normal fracaso cuatrienal.
Creo que lo primero que deberíamos entender es que no podemos poner el honor de nuestra nacionalidad en los escarpines de unos cuantos fracasados deportivamente, pero enriquecidos con nuestros sueños de gloria.
El Tri, o los “ratoncitos verdes”, como los definió el periodista Manuel Seyde, ha dado una muestra más de la desorganización, de la corrupción y de la mediocridad de nuestro deporte nacional, lo cual no quiere decir que, en lo económico, para los dueños de este negocio, no haya sido todo un éxito la contienda mundial de futbol. Y seguimos enajenados, porque así nos comportamos, acariciando, inocentemente, la ingenua quimera de entrar algún día, de algún año, en el reducido reino de los campeones. No hay que desesperarse, ya vendrá el siguiente negocio dentro de cuatro años y nuestra afición, noble y sacrificada, seguirá fiel hasta la ignominia.