Es un hecho que llevar a cabo un cambio cultural en un sexenio es imposible y, sobre todo, si se mantienen las relaciones sociales de producción o el actual sistema económico.
Si bien es cierto que el presidente, casi al inicio de su mandato decretó la muerte del neoliberalismo, la realidad (terca que es), nos demuestra que este modelo está más vivo que nunca y continúa recreándose en la vida cotidiana de las personas y el país, naturalmente, con sus limitaciones que ha impuesto al mercado y que ya no es el mismo de antes de su llegada.
Se debe reconocer el éxito de la estrategia económica del actual gobierno, basada en una disciplina monetaria y fiscal, el no endeudamiento y fortalecimiento de la moneda a fin de garantizar el fortalecimiento de las inversiones; y una política redistributiva asistencialista que ha impactado positivamente en la economía nacional y en los sectores más empobrecidos del país que ha hecho posible que, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), entre el 2016 y 2022, cerca 5.4 millones de personas salieron de la pobreza en México, es decir, de los 52.2 millones que presentaban carencias económicas y sociales en 2016, se redujo a 46.8 millones para 2022.
AMLO nunca nos mintió y jamás dijo que iba a acabar con el modelo actual de desarrollo capitalista, lo que sí prometió es que habría una nueva conducta social, comenzando por el gobierno mismo, en donde se terminaría la corrupción, la inseguridad y se reduciría sustantivamente la pobreza. Es decir, promesas que caben en un hombre que cree en un estado interventor, keynesiano, que ha limitado las privatizaciones de las riquezas públicas y fortalecido la participación del Estado en la actividad económica, a fin de corregir y atemperar las inequidades que genera el dominio del mercado: enriquecimiento creciente y desmedido de unos pocos y el empobrecimiento, también creciente y desmedido, de la inmensa mayoría de la población.
AMLO defiende la idea de la economía capitalista de mercado, pero atemperada por el gobierno a fin de que no produzca distorsiones e inequidades; por lo tanto, es creyente de la idea de que juntos (trabajadores y empresarios) construiremos una nueva sociedad. Es la vieja idea acerca de que hay que humanizar el capitalismo (de hecho, esa es una de las constantes de su propuesta de gobierno y que se expresa en el actual debate educativo), haciendo posible la comunión de intereses entre capitalistas y trabajadores, en la idea de que existe en el mercado un «empresario progresista y patriota», algo así como intentar la sana convivencia entre ovejas y corderos juntos en un corral.
Desde un principio, con la “Cartilla Moral” y la Guía Ética…”, el presidente apostó por una sociedad humanista y, por lo tanto, su gobierno tendría esa característica. Así lo deja de manifiesto la Guía Ética para la Transformación Social de México, cuando en su introducción se afirma que el objetivo cultural de la Cuarta Transformación es “construir una nueva ética humanista y solidaria que conduzca a la recuperación de valores tradicionales mexicanos y universales y de nuestra grandeza nacional”.
Como se mencionó en un principio, un cambio cultural no se logra en seis años. La conducta social que el gobierno intenta construir es aún permeada por una cultura consumista, individualista y de plena e incesante competencia que se regodea en todo el mundo y que ya alcanzó las cuatro décadas.
El neoliberalismo como una nueva teoría fundada en la competencia y la igualdad de oportunidades para fracasar o triunfar; en donde la desigualdad social y económica se convierten en aliciente que premia a los emprendedores con el triunfo, y castiga a los timoratos con el fracaso y la marginación. Aquí, la economía de mercado pone a cada quien en su sitio bajo el presupuesto de que las habilidades, imaginación y capacidades individuales forjarán un futuro. En la educación escolarizada desaparecieron del currículo las asignaturas de ética y filosofía y se preponderó la economía aplicada a las finanzas. Los estudiantes debían saber operar en valores bursátiles, simular inversiones, buscar dinero semilla y ser competitivos. Las consecuencias de estas falsas disyuntivas que promovieron los agoreros del neoliberalismo acabo trayendo severas consecuencias que se reflejaron en la afectación de los sectores medios de la población educados en la meritocracia, la ideología del progreso y el consumo, que con las políticas de austeridad vieron mermar sus bolsillos y disminuir el consumo; pero a los trabajadores industriales les fue muchísimo peor al imponerse los contratos a tiempo parcial evaporando la estabilidad laboral.
Ante estos acontecimientos, la cultura del capitalismo, su lenguaje, sus formas de explotación, dominio y hegemonía requería un cambio expresado en la necesidad de amoldarse a las formas de un trabajo inestable, sin residencia fija, intercambiable en puesto, responsabilidades y disponibilidad absoluta de tiempo, dando lugar al carácter flexible del trabajo. En otros términos y en palabras de Marcos Roitman: “una personalidad gelatinosa, de principios mutables, dispuesta a todo y amoral”.
Con el neoliberalismo, el capitalismo se reinventó para dar cabida a un ser despolitizado, social-conformista. Las viejas estructuras abrieron paso a un orden social cuyas reformas exacerbaron los valores individualistas, el yo por encima del nosotros y el otro, considerado un obstáculo, un competidor al cual destruir.
La intención de la nueva cultura de la Cuarta Transformación va en sentido contrario al neoliberalismo intentando, al parecer, regresar al estado bienestarista, donde mediante la intervención del estado en la economía, el mercado se regula y limita, apuntando hacia un escenario social más benigno.
El Plan Nacional de desarrollo lo deja muy claro en la presentación de sus principios programáticos donde establece la preeminencia del estado por encima del mercado, planteando que aquél “asumirá plenamente sus facultades como impulsor y conductor de la economía”, “garante de la recuperación de la soberanía, la estabilidad y el estado de derecho y como articulador de los propósitos nacionales”… separando “el poder político del poder económico”,” y orientado a subsanar y no a agudizar las desigualdades”, no dejando a nadie atrás, ni fuera del desarrollo económico y social.
Ya en un claro divorcio con el neoliberalismo, se plantea que existe la convicción de que “es más eficiente la colaboración que la competencia”, dejando claro que esta tarea compete a todas las clases sociales pues en su gobierno hay lugar para potentados, empresarios y comerciantes, al igual que para campesinos, trabajadores, profesionistas y desempleados.