Observando detenidamente los últimos acontecimientos de violencia en varias ciudades de distintos estados de la república, se imponen algunas deducciones, que son, en realidad, aproximaciones preliminares al conocimiento de lo que acontece en torno del proceso de cambio promovido desde la actual administración federal.
Por un lado, podría decirse que los brotes violentos son una respuesta, bastante organizada, por las detenciones de algunos jefes o delincuentes de cierto nivel jerárquico. Hasta ahí, entendemos que la acción de las autoridades genera reacciones naturales, normales y que la lucha contra los delincuentes, sigue su curso. Es importante destacar que, aún en este supuesto, es considerable y de cuidado la capacidad de fuego o de respuesta de la delincuencia organizada y que al gobierno le está resultando ineficiente, o por lo menos limitada, la actual estrategia de combate al crimen organizado. Es cierto que se avanza en la erradicación de las causas, pero lo que existe hoy de delincuencia, debe ser erradicado de una manera más eficiente. La sociedad, por otra parte, clama, exige, que se den pasos más contundentes en el proceso de pacificación del país, cuestión que, indudablemente, no es fácil por la forma en que se sometió al estado a los intereses de los que tienen el delito y el crimen, no sólo como modus vivendi, sino como via para la obtención de riqueza y estatus social, desde hace por lo menos seis administraciones federales anteriores, sobre todo en los sexenios de Calderón y Peña Nieto.
Si esta fuera la realidad, estaríamos, aún con dificultades y con cierta lentitud, en el camino de la paz social tan anhelada por nuestros compatriotas.
Sin embargo, hay otra posible interpretación de los hechos descritos, mucho más peligrosa por las consecuencias que pudieran generarse.
Lo que hasta aquí hemos visto de cambios y avances en la problemática social después de más de tres años de gobierno federal, ha tratado de ser detenido por lo que, genéricamente, se llama conservadurismo, y que no son otra cosa que los sectores que antes sometían al estado a sus muy particulares intereses. Éstos han utilizado o puesto en marcha muchos recursos que aún están a su alcance, desde el congreso, tratando de paralizar, en algunos casos de manera exitosa, como la reforma energética, reformas legales; en otros casos, utilizando el chantaje de la no inversión; en otros, apoyándose en la corrupta maquinaria judicial, totalmente intacta y al servicio de los delincuentes de cuello blanco (narcos, empresarios y políticos) y, sobre todo, utilizando, casi en su totalidad, a los medios de comunicación que están a su servicio para generar un ambiente de incertidumbre y provocar el rechazo de la población al gobierno de la 4T, cuestión que les ha resultado totalmente un fracaso. La estrategia de comunicación del presidente AMLO ha sido, dígase lo que se diga, un antídoto muy eficaz en detener las campañas de miedo, a base de repetir hasta el cansancio, mentiras sobre mentiras.
La falta de cohesión, de discurso, de autoridad moral, de imagen y de un liderazgo que aglutine a la irracional oposición, es una tremenda realidad en nuestro entorno social.
He aquí el peligro. Es posible que los hechos violentos cada vez más subidos de tono en cuanto a calidad y cantidad, pueden ser la estrategia de este sector conservador que se niega definitivamente a perder sus privilegios y sus posibilidades de seguir mandando en este país.
Los hechos violentos, cómo me comentaba hace mucho tiempo un agudo Morenista, son una última salida, la más irracional y la que puede llevar a un baño de sangre al país, de la clase política ofendida por la nueva política transformadora.
Para nadie es un secreto que, con mayor énfasis en el gobierno espurio de Calderón, durante todos los gobiernos neoliberales, se han formado grupos paramilitares, escuadrones de la muerte, y que ahora parecen comenzar a actuar ya como estrategia de desestabilización política y social.
Los conservadores están jugando ya con fuego. Están entrando a una espiral de violencia que puede resultar fatal para la sociedad mexicana.
Esta es una percepción de lo que pasa nada agradable. Pero puede ser muy real.
Qué hacer? He ahí el meollo de la cuestión. Sin un partido y con gobiernos estatales totalmente sometidos al viejo régimen, la respuesta se torna más difícil de encontrar.
Aquí, en Michoacán, con un fiscal al que no le interesa la paz, con una administración que, soterradamente empuja por volver hacia el pasado, la cuestión es más crítica.
No obstante, entender lo que pasa es solo un primer paso hacia una salida correcta.
Rogelio Raya Morales.