Por Juan Pérez Medina.
Donald Trump siempre me ha parecido vulgar. Sin carisma. Tal vez no lo sea completamente, pero lo es de alguna forma. Es, si lo miras con atención, repulsivo. No concita confianza alguna, por el contrario, genera profunda desconfianza. Su rostro es impasible, arrogante, indiferente. No se asoma en él pizca de humildad. Es un rostro sin emociones. Plano, hosco y típicamente anglosajón. Cuestión que no es para nada buena.
Es el prototipo de hombre de derecha. Excluyente, racista, clasista, homofóbico, irrespetuoso y soberbio, por decir algunas de sus características. No tiene consideración alguna ante la posibilidad de aplastarte si tiene oportunidad. Lo demostró en su primera encomienda al frente de su país. La manera en que trata a los que considera que no son como él es de lo más irracional, llegando, incluso, a lo bestial. No hay que olvidar su campaña contra los inmigrantes centroamericanos y mexicanos que separó a miles de niños de sus padres en su gestión anterior al frente del mismo gobierno. Niños que permanecieron enjaulados por meses, sin que se mostrara un poco de compasión por ellos. Una actitud inhumana que refleja quien es Donald Trump.
Donald Trump es un supremacista. Alguien que considera que puede imponerle al mundo su voluntad a partir de proferir amenazas, coerción, chantaje, extorsión, intimidación y utilizar la violencia. Está convencido que son el centro del mundo y, más aún, los dueños de este. Convencido está, como todos los de su extirpe, de que tiene la libertad de meter las narices en donde lo desee sin mostrar el más mínimo respeto por los pueblos y su soberanía. No hay más ley que la suya, que sus ocurrencias, que sus intereses. Con su llegada quedaron al margen las normas internacionales que intentaban regir la convivencia internacional. Para él y su equipo no existe más que una ley, que es la suya. Utiliza las justificaciones más aberrantes para lograr sus propósitos. Así lo hicieron cuando atacaron a Irak, sus mentiras llevaron a esta nación al más grande de sus sufrimientos. Esa mentira, que se dijo en su momento y todo occidente repitió hasta el cansancio, arrojó más de un millón y medio de muertos. En aquel entonces, el presidente era George Bush, otro de los más grandes genocidas que murió impune. Como impune están hoy Joe Biden, Donald Trump y benjamín Netanyahu, quienes celebran con la muerte más inhumana de más de 100 mil palestinos, los 80 años de haber lanzado la bomba atómica en contra de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Lo celebran descaradamente, anunciando que una vez que no quede ningún palestino en la Zona de Gaza, vendrán las inversiones para convertirla, bajo el control de los Estados Unidos, en “La Riviera de Medio Oriente”. Nada les afecta la muerte de más de 100 mil víctimas en Gaza y Cisjordania. Para ellos es como haber matado animales. Sonrientes, sellaron sus planes con sus manos llenas de sangre.
La mentira que justificó la invasión y la destrucción de Irak tuvo siempre el objetivo de apoderarse del petróleo iraquí. No lo olvidemos.
Ese es Donald Trump. El más vivo retrato de aquel poderoso que toma lo que quiere y de la manera que quiere. Así se lo cree y así lo está intentando hacer.
Por eso no es sorpresa que a su llegada se haya lanzado contra un numeroso grupo de países. Ha anunciado que va a ocupar Groenlandia, anexionarse a Canadá, cambiarle el nombre del golfo de México, recuperar el Canal de Panamá. Imponer aranceles a México, Rusia, China e Irán y casi todo el mundo. No ha respetado ni a sus aliados e incondicionales. Las brutales redadas en contra de los migrantes en California, Texas, Chicago, Miami, Nueva York, Colorado y demás estados, no sólo son una respuesta a quienes lo votaron, sino que encarna su idea de dominación y por eso se excluye a quienes son, para él y los suyos, casi objetos o animales de carga sin derecho alguno.
Estamos ante un ser bestial, de lo peor. Estamos ante una mayoría de votantes que lo ha elegido y que comparte su visión del mundo que ha tenido la pretensión, de apoderarse de nuestro país y controlar el gobierno para garantizarse los inmensos recursos con que contamos.
No hay duda de que en este momento existe una enorme presión sobre el gobierno de nuestra presidenta Claudia Shembaum, ya sea por la crisis migratoria, ya sea, por la exigencia de las demandas de agua de la frontera, ya sea por el tomate, por el aguacate, por el acero, por lo aranceles y, sobre todo, por los grupos del narcotráfico que operan en el país y que tienen unas largas manos metidas en el poder político y aquí, no se sabe con qué profundidad.
No es fortuito que la derecha mantenga con ahínco su campaña de desprestigio en contra del gobierno de la 4T, con su acusación de narco gobierno y corrupción. En esto último, hay ciertos personajes ligados a ella que en nada ayudan y no son pocos, pero nunca la inmensa mayoría que sostiene a la presidenta con el 85 por ciento de aceptación.
Donald Trump quiere nuestro territorio con todo lo que contiene, con sus tierras y sus aguas y todo lo que guarda en el subsuelo. Tiene interés en los yacimientos petroleros y en los metales raros que el subsuelo guarda -principalmente el Litio-. Pretende la explotación sin medida de la riqueza nacional incluyendo la fuerza de trabajo con que contamos. Pero también, y como plan B, acaricia la idea de extender sus fronteras hasta este lado del río Bravo. Les interesa territorialmente la península de baja California, tanto como el agua del sureste y el Istmo de Tehuantepec.
No es una jugada cualquiera. Ni tampoco se circunscribe a la pretensión tan cantada de detener el paso del fentanilo a los Estados Unidos. No es la idea de acabar con los cárteles de la droga, que ellos mismo subvencionan con dinero y armas y armas. ¿Cómo entender que para acabar con el consumo de drogas en su país sólo se pretenda acabar con los proveedores y no con quienes garantizan la distribución y venta? ¿Cómo es posible que el gobierno de Trump no atente con la misma rabia conque lo hace para referirse a los cárteles mexicanos, contra el enorme mercado de las drogas en su propio país? Estados Unidos es con mucho el mayor consumidor de estupefacientes del mundo, junto con Europa. Su mercado financiero de las drogas es de más de 250 mil millones de dólares (250, 000, 000, 000) ¿Por qué no combate la red del narco en su propio país y quiere hacerlo en el nuestro?
Si el gobierno de Donald Trump detuviera a, los capos de su país, los narcos de América Latina no tendrían destino para la droga, que viaja principalmente a Los estados Unidos. Sí Donald Trump decidiera no vender armas a los cárteles de la droga de nuestro país, no tendrían posibilidades de imponer su ley en ciertas zonas del territorio.
Pero la idea es otra. La pretensión es el control del país. La idea es debilitar al gobierno para luego hacer que sus objetivos se cumplan. Estamos, como nunca antes, frente una real amenaza de intervención ya sea velada e indirecta o directa. Y no hay que pretender desentendernos de ello. El país necesita la más amplia unidad y la mayor fortaleza posible en torno a nuestro gobierno. Es momento de gritar con fuerza que Claudia no está sola y que los gringos ¡No pasarán!