Por: Juan Pérez Medina
Cuando Andrés Manuel Anduvo en campaña electoral, nos dijo en todas las plazas que en su gobierno no cabrían las rémoras del pasado opositores al cambio de régimen, y repitió una y otra vez que “no podría ponerse vino nuevo en odres viejos”. Yo se lo escuché decir varias veces. Pero en plena campaña electoral, un sin número de personajes del viejo régimen ingresaron a morena y desde entonces este fenómeno no se ha detenido. Priistas, panistas, perredistas, etc., se fueron incorporando a morena por vía de los acuerdos políticos con alguno de los personajes cuya influencia era manifiesta a la hora de la toma de decisiones.
Estos personajes no llegaron a fortalecer el proyecto inicial que sustentó en su tiempo opositor al Movimiento de Regeneración Nacional; al contrario, lo han venido carcomiendo y quitándole fuerza moral, convirtiéndose en el lastre, que no sólo le impide concretar sus objetivos, sino que además (y cada día es más evidente), lo viene erosionando, corrompiendo.
Los hechos siempre acaban imponiéndose cuando las advertencias se muestran inútiles. Cuando reclamamos que personajes como el ex panista German Martínez, la conductora Lili Téllez, el seudo líder sindical Pedro Haces de la CATEM, El expriista Mario Delgado, el exdirigente nacional del Pan y miembro del Yunque Manuel Espino, el dirigente del sindicato del metro, el sempiterno, Fernando Espino Arévalo, el líder de la iglesia La Luz del Mundo, Naasón Joaquín García —hoy preso y condenado en Estados Unidos por abuso de menores—, el exgobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, la excandidata del PRI al gobierno del Estado de México, Alejandra del Moral, el prianista veracruzano Miguel Ángel Yunes y una interminable lista de otrora enemigos la Cuarta Transformación; nos argumentaron, antes del triunfo de AMLO en 2028, que los necesitábamos para ganar las elecciones y después, porque el partido estaba abierto al pueblo de México y cualquier ciudadano podía ingresar al partido si lo solicitaba. Ninguno de estos personajes ingresó sin antes haber negociado posiciones políticas y candidaturas para sus cuadros.
En el lenguaje popular se dice que hay dos formas de aprender: Por las buenas o por las malas y lo que ha sucedido señala que la alta burocracia de morena tuvo que aprender por las malas.
El escándalo suscitado por el caso del hoy prófugo Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de seguridad pública en el gobierno de Adán Augusto López Hernández, flamante jefe del Senado de la República, cuando era gobernador de tabasco, es de naturaleza multidimensional. Significa que no importa lo inmediato, sino la consecuencia de ello. La experiencia nos indica que cuando pones una manzana podrida en medio de las demás acabas pudriendo el canasto completo. Es evidente que eso está ocurriendo en morena. No atenerse desde el primer momento a los principios fundacionales comporta un problema mayor al interior de sus filas en términos de legitimidad, ¿cómo justificar a los ojos de la sociedad un comportamiento así?
Es evidente que este hecho impactará negativamente entre la población y en el ámbito internacional. ¿Cómo mantener el discurso ético de no mentir, robar y no traicionar al pueblo cuando suceden cosas como éstas? Por el contrario, los hechos fortalecen el discurso imperial estadounidense de acusar al Gobierno de ser un narcoestado y alegran a vendepatrias que anhelan una intervención militar imperialista y no cesan de invocarla. Esperamos que esta carga de alta explosividad que ha sacudido a la alta burocracia morenista encerrada en sí misma y autocomplacida por sus logros electorales, haga ver a la militancia de a pie que se ha desviado en el camino otrora trazado y que urge intervenir sin dilaciones, ni contemplaciones.
A tal punto este escándalo ha cimbrado al partido que el reciente consejo nacional de morena se ha formado nada menos que una comisión evaluadora de incorporaciones, cuya responsabilidad será la de verificar la idoneidad quienes intenten afiliarse u ocupar candidaturas y a la cual le auguro un fracaso descomunal como ha ocurrido con la comisión de honor y justicia y la famosa comisión de elecciones, que sucumbió desde un principio a las negociaciones con grupos y personajes de dentro y de fuera.
Está visto que las consignas de AMLO, de no robar, no mentir y no traicionar al pueblo, con honrosas excepciones, han servido solamente como slogan de campaña. Los militantes y los millones de mexicanos de todos los rumbos de la nación son testigos y victimas de gobiernos supuestamente morenistas, infestados de impostores dedicados, precisamente, a robar, mentir y traicionar al pueblo: los saldos lamentables del pragmatismo que puso por encima de principios y normas de legalidad, los acuerdos extralegales y la búsqueda del éxito electoral, avizora un futuro de consecuencias catastróficas.
Ha de insistirse una y otra vez en la necesidad de otorgar el mayor protagonismo a la democracia participativa y las formas de la democracia directa que se dirijan a la construcción de un Nuevo Sistema.
