Roberto Pantoja Arzola
Fue un domingo de fiesta en la Ciudad de México y aquellas consignas fervientes que en el pasado se coreaban como manifestación de un hartazgo hacia el fraude, la injusticia y el autoritarismo; hoy formaron parte de la algarabía de haber dejado atrás esos episodios oscuros que laceraron al pueblo mexicano.
Nuestro Presidente revitalizó su liderazgo de cara a una nación a la que le urgen adalides de sus causas, muchas de ellas aún irresueltas. López Obrador volvió a emerger de entre un pueblo que cerró las principales vialidades del corazón del país para convocarnos a defender lo que se ha logrado en cuatro años del nuevo régimen y para arengarnos a ir por más.
La vitalidad de la democracia en México es inédita y se palpa en las avenidas, antes tomadas por opositores mermados y ahora inundadas por una mayoría ciudadana. Ambas manifestaciones, con agendas distintas, sucedieron y concluyeron sin que se quebrara un vidrio y con la sola pasión de quién confronta sus convicciones, principios y proyectos. Si López Obrador es un gobernante autoritario, como lo aducen sus adversarios, éste practica un autoritarismo muy sui géneris.
Una histórica fiesta democrática dominical fue la que vivimos en el trayecto del Paseo de la Reforma hacia el Zócalo de la capital del país. Pero para haberla gozado, y para que la derecha también lo haga a placer, fue la izquierda la que puso la mayor cuota de sangre y de sacrificios, y fueron esas mismas calles los testigos mudos de bejaciones y ultrajes que padecieron miles antes de nosotros, justo por pensar diferente y hacer patente sus divergencias.
Volvimos a las calles para recordar no solo nuestro triunfo histórico de hace cuatro años, sino también para remembrar aquellos años en los que poníamos en riesgo nuestra integridad. No solo marcharon los logros de nuestro movimiento que permitieron dibujar sonrisas en nuestros rostros; también nos acompañaron nuestros muertos, los silenciosos pero dignos mexicanos y mexicanas que abrieron las avenidas al paso de los que ahora las recorremos gozando libertad.
Que las calles no nos olviden, para que nuestro movimiento no se extravié. Que las banquetas nos sigan recordando el andar pausado de nuestros mayores, para evitar que esta revolución pacífica que comienza a cambiar al país no se inunde del arribismo de granujas que quieren sostener sus privilegios. Que sigamos andando las calles mirando hacia arriba, para recordar que nacimos para hacer historia y no para la pequeñez de un palacio o de una ambición vulgar.